(Aldo Gastón Alvarez Lizama)
M I P L A N T A
Lucía hermosa en primavera matizando colores.
Estaba allí para encantar la mirada
ávida de legíttimos goces.
Sus flores cual níveos copos caídos
desde arriba en profusión.
Toda esa planta envuelta
y como arropada por sus copos,
estaba al amparo de un magnolio.
Tú modesta planta y tan sencilla
al lucir sus blancos pétalos cual nieve...
Pureza en su entrega a los contemplativos ojos detenidos en ella,
¡oh, planta hermosa!
Estabas tan bien allí,
nadie te tocaba,
tan acostumbrada al cobijo de una planta mayor,
fuerte hecha para los rigores del invierno.
El magnolio fue capaz de ofrecer,
a través de los años,
flores tan bellas con el pálido rojo del amor.
Y debajito estabas tú, mi amada planta.
A la verdad te quise y estabas bien allí,
mas fuiste sentenciada...:
Se pensó, para mejor, un
trasplante sin querer dañarte ni dañar tus flores blancas.
Se te cambió de lugar y grande
con la vana ilusión de que no te afectaría el cambio
ni murieras de tristeza.
Tus raíces no opusieron resistencia alguna
y se te llevó a un rincón.
¿Que descubriste ahí?
Soledad, silencio, te sentiste tan extraña
en ese nuevo lugar... todo era distinto.
¿El magnolio? Quedó distante y ahora...
plantas sin flores te rodeaban
como queriendo decir:
¿Qué hace ésta aquí...?
Esto fue como una doble dureza,
si bien la decisión primera no fue
fruto de una dureza, sólo un triste error.
Plantita mía ¡cómo habrás sentido la soledad!
Ahora yo la comprendo.
Parecías estar tan bien,
mas tu fin fue la muerte.
Moriste, planta querida y la tristeza inundó mi pecho.
Murieron tus
flores ¡Qué pena! Perdóname, planta mía.
Te recordaré siempre con nostalgia.
Para mi no has muerto,
mas bien te has ido donde unos ojos llenos de cariño
te seguirán mimando y tendrás rebrotes
junto al inigualable Jardinero
que te hizo para cautivar la mirada de los hombres.
No te olvides de mi, mi planta amada,
y cuando yo llegue al cielo
muéstrame tus pétalos de nuevo.
Gracias
M I P L A N T A
Lucía hermosa en primavera matizando colores.
Estaba allí para encantar la mirada
ávida de legíttimos goces.
Sus flores cual níveos copos caídos
desde arriba en profusión.
Toda esa planta envuelta
y como arropada por sus copos,
estaba al amparo de un magnolio.
Tú modesta planta y tan sencilla
al lucir sus blancos pétalos cual nieve...
Pureza en su entrega a los contemplativos ojos detenidos en ella,
¡oh, planta hermosa!
Estabas tan bien allí,
nadie te tocaba,
tan acostumbrada al cobijo de una planta mayor,
fuerte hecha para los rigores del invierno.
El magnolio fue capaz de ofrecer,
a través de los años,
flores tan bellas con el pálido rojo del amor.
Y debajito estabas tú, mi amada planta.
A la verdad te quise y estabas bien allí,
mas fuiste sentenciada...:
Se pensó, para mejor, un
trasplante sin querer dañarte ni dañar tus flores blancas.
Se te cambió de lugar y grande
con la vana ilusión de que no te afectaría el cambio
ni murieras de tristeza.
Tus raíces no opusieron resistencia alguna
y se te llevó a un rincón.
¿Que descubriste ahí?
Soledad, silencio, te sentiste tan extraña
en ese nuevo lugar... todo era distinto.
¿El magnolio? Quedó distante y ahora...
plantas sin flores te rodeaban
como queriendo decir:
¿Qué hace ésta aquí...?
Esto fue como una doble dureza,
si bien la decisión primera no fue
fruto de una dureza, sólo un triste error.
Plantita mía ¡cómo habrás sentido la soledad!
Ahora yo la comprendo.
Parecías estar tan bien,
mas tu fin fue la muerte.
Moriste, planta querida y la tristeza inundó mi pecho.
Murieron tus
flores ¡Qué pena! Perdóname, planta mía.
Te recordaré siempre con nostalgia.
Para mi no has muerto,
mas bien te has ido donde unos ojos llenos de cariño
te seguirán mimando y tendrás rebrotes
junto al inigualable Jardinero
que te hizo para cautivar la mirada de los hombres.
No te olvides de mi, mi planta amada,
y cuando yo llegue al cielo
muéstrame tus pétalos de nuevo.
Gracias