(Aldo Gastón Alvarez Lizama)
.
Un hombre se fue tras soledades
buscando al Invisible
como queriendo encontrarlo entre montañas
o en las planas llanuras de la vida.
Llamó, llamó y al escuchar los ecos
como voces que venían repetidas desde lejos
y se quedó muy solo en esa espera.
¡Oh, qué aventura el dejarlo todo
para encontrar el TODO!
Sumido en oración se quedó el monje
sin entender el corte con la vida
porque buscaba VIDA.
Así con esas letras grandes casi tocando el cielo
descorriendo los velos y dejando con gozo la materia,
esa materia dura que aprisiona
queriendo deslumbrar con tantas luces.
Parecía tan libre el hombre cuando cercado estaba
y atraído, tal vez, por vanidades
y la sufrió tanto al querer terminar con ese tiempo
¿haciéndose ilusiones?.
Una madre ayudó con su sentir tan hondo
demostrando en dolor su:
¡sí, Diosito!
Pues siempre quiso el bienestar espiritual de aquellos hijos.
Y pasaron los años y ella se fue hacia su cielo
regalado por Dios a manos llenas
sin dejar a los hijos que la amaron.
Agradecido amor fue el de aquellos
que quedó como en nubes o ¿a la espera?.
Y hoy medio entre sueños vuelve en un volver jamás pensado.
Es tan cierto, es verdad lo del poeta:
"Las madres nunca se van" están presentes.
Cuando ese monje ora en el silencio
o en el dormir la siente, vuelve a pronunciar su:
Gracias. Gracias a la vida de ese tiempo fugaz en este suelo.
Gracias por esa Vida que se acerca tanto para decir:
Hay cielo donde los coros tantos
van entonando fuerte el Aleluia.
Por eso caminar yo quiero
este desierto peregrinando firme hacia el Encuentro.
Se esfumarán las penas todas de la tierra
y el corazón muy grande y dilatado, pues gritará su:
Gracias.
Paz hermosa, deseada y pura
en ese final feliz de la existencia.
Gracias